A continuación reproducimos un extracto del primer capítulo del libro y un retrato del autor hecho por Rafael Oliva en 1986.

La primera zancada

«La Sierra de Segura se encuentra situada en el confín nordeste de la provincia de Jaén y, según se puede leer en algunos libros de geografía, que siempre son lectura recomendable, es un núcleo más de los tantos que constituyen el espinazo de la cordillera Ibérica. Si se miran ciertos mapas, a lo mejor se ve que la Sierra de Segura se coloca en el extremo sudeste de la citada provincia, aunque, en otros de similar factura, se compruebe que la sierra de que se habla donde de verdad, de verdad está es en todo el levante jaenero.

Pero si uno se echa a andar por allí, lo que acaba aprendiendo es que la Sierra de Segura es todo el mundo, todo un mundo difícil de separar de las otras sierras y sierrecillas que le dan la mano, como la de las Cuatro Villas, la de Cazorla, la de la Grana o la de Gilimona —que ya está en la provincia de Granada y que tiene nombre así como de insulto— y que no se distinguen mucho las unas de las otras.

Los geógrafos siguen diciendo o escribiendo,y algunos de ellos con una prosa que bien vale cuanto se quiera pedir por ella, como la de don Casiano del Prado o la de don Antonio Revenga, pongo por caso, de plegamientos alpinos o secundarios, de constituciones del suelo y del subsuelo miocénicas, calcáreas, jurásicas o cretáceas, cosa que uno no les discute porque en esto, como en casi todo, llevaría las de perder. Donde acaso se llevaran las de ganar sería en el calificar a la Sierra de Segura de alta e hirsuta, accidentada y risueña y de buena moza que cuando se pone de puntillas alcanza picos que sobrepasan los mil y muchos metros sobre el nivel del mar, mientras emboza sus cerros, lomas, avoladeros, cuestarronas y costanillas con pinos negrales, salgareños o de los otros, carrascas, cornicabras, algunos robles, bastante monte, matas de todas clases y abundantísimo olivar. También, con los tendederos de flores sin amo y de hierbas medicinales o de olor, como el cantueso, el espliego, el romero, la salvia, el amor de hombre, la manzanilla, el boldo, el poleo y muchas más que puede que se digan más tarde.

Animalicos también los tiene para dar y tomar. Mentar el venado y la raposa, el jabalí y el gato montes, el lobo y el tejón, sólo sería empezar la cuenta. Nombrar a la víbora y al alacrán, al lagarto y al conejo, a la comadreja y al topo, tampoco sería decirlo todo. Hablar de pájaros, desde el águila al colorín, sería interminable, y hacerlo de la mariquita y el ciempiés, la hormiga y la moscarda, el caballito del diablo, la araña, la luciérnaga, la mariposa, los sapillos de luz y el abejorro sería el cuento de nunca acabar.

Juan José Cuadros Pérez en un dibujo al carboncillo de Rafael Oliva (1986)

Y para qué contar los peces, si la Sierra de Segura es —y esto no hay quien lo dude— la capital del agua. Los ríos famosos, Segura y Guadalquivir, y bastantes más, aunque se nombren menos, nacen en ella y en ella cantan como infantes gozosos, y si nos liáramos a contar los riachuelos, los arroyos, las vaguadas, los barrancos, los manantiales, las fuentes y los veneros nos íbamos a estar dando a la lengua hasta mañana por la tarde.

Hombres y mujeres, más o menos conocidos y que dejaran más o menos señales en la historia, tuvieron su cuna o su sepultura en esta serranía, como doña Mencía de Figueroa, madre y pariente de poetas de los de aquí te espero, o como el célebre moro Hamet el Melín, famoso por sus habilidades en el juego de los bolos, según la variante serrana, y por sus desaforados hartazgos de níscalos cabezones.

Hay quien dice que en la Sierra de Segura sólo se dan las cuestas arriba, pero eso son ganas de exagerar».

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