En 1989 un semi desconocido Francis Fukuyama publicaba, unos meses antes de la caída del muro de Berlín, un artículo con el título de «¿El fin de la historia?». En él aseguraba que la historia, en su sentido hegeliano y marxista de evolución progresiva y dialéctica de las ideologías, había llegado a su fin. Desde luego la historia no iba a desaparecer, pero más allá de la cuestión semántica, Fukuyama afirmaba que el capitalismo, la democracia liberal y la economía de mercado era la ideología ganadora en esta batalla de las ideas, la única alternativa viable para la sociedad, una vez derrotados el fascismo primero y el comunismo después.

No comparto las tesis de Fukuyama, que no nombra ni el feminismo ni el ecologismo, ideologías que están llamados liderar nuestro futuro, si es que queremos tener uno que no sea distópico; pero el título de su artículo ronda en mi cabeza cuando pienso en el futuro de los mapas en tiempos de la Inteligencia Artificial, algoritmos y robots.

¿El fin del mapa?
¿El fin del mapa?

Definición de mapa

¿Pero qué es un mapa? Todos tenemos una noción sobre que es un mapa, aunque si tenemos que verbalizar una definición cuesta un poco más. Solo en inglés, J.H. Andrews (1) recogió 321 definiciones creadas entre 1649 y 1990.

En español también podemos encontrar un buen número de definiciones, casi tantas como organismos que se han puesto a la tarea. El Instituto Geográfico Nacional (IGN), en el recientemente publicado glosario de términos geográficos, lo define como «Representación gráfica a escala de la totalidad o una parte de la superficie terrestre, generalmente realizada sobre una superficie plana…» (2).

La Real Academia de la Lengua como «representación geográfica de la Tierra o parte de ella en una superficie plana» (3) y el Diccionario de Geografía aplicada y profesional señala que es una «representación gráfica y métrica de una porción de territorio realizada sobre una superficie bidimensional, que puede ser plana o curva, como ocurre en los globos terráqueos» (4).

Jerry Brotton, señala en «Historia del mundo en 12 mapas» que los eruditos anglosajones generalmente aceptan la definición de la «History of Cartography», la magna obra de J.B. Harley y David Woodward, donde proponen que los mapas son «representaciones gráficas que facilitan una comprensión espacial de cosas, conceptos, condiciones, procesos o acontecimientos del mundo humano» (5).

En general entendemos los mapas como representaciones esquemáticas de una realidad que nos ayudan a entender el mundo, mucho más complejo. Los utilizamos para realizar análisis y también para compartir sus resultados. Como representaciones que son, se plasman en objetos visibles: bien en un soporte físico como el papel o en una pantalla digital para su consumo por personas.

Mapas e Información Geográfica

Mientras hemos sido las personas los consumidores de Información Geográfica, los mapas han sido una de las mejores maneras de analizar y resolver problemas donde la componente espacial es importante. En un ejemplo clásico, un registro con la localización de las defunciones por cólera solo fue verdaderamente útil cuando se trasladó a un mapa, donde se situaron dichas muertes.

Pero a medida que ha aumentado nuestra capacidad computacional nos hemos ido apoyando más en bases de datos o algoritmos y cada vez menos en mapas. La evolución tecnológica en las últimas décadas ha sido constante, desde los archivos de texto plano a las bases de datos relaciones y posteriormente a la programación orientada a objetos de los años 90; desde el proceso por lotes o batch a complejos modelos capaces de ejecutar y automatizar complejas secuencias de herramientas de geoprocesamiento con diferentes tipos de datos.

Proyectos referentes de la Información Geográfica a nivel global, como OpenStreetMap se definen más como una enorme base de datos (en realidad varias) que como un mapa (aunque si se consume generalmente en forma de mapa).

Mapas e Inteligencia Artificial

Pero qué pasa cuando si vamos un poco más allá, como ya está sucediendo, cuando son máquinas quienes producen y consumen la información geográfica. Pensemos en el desarrollo de la Inteligencia Artificial, el Machine Learning y el consumo de Información Geográfica que van a necesitar, por ejemplo los coches autónomos.

Aunque hace tiempo que utilizamos algoritmos para clasificar imágenes de satélite capaces de detectar, por ejemplo, cambios en los usos del suelo de forma automática, es ahora cuando la aplicación de la Inteligencia Artificial está aumentado su impacto de forma exponencial.

El año pasado Facebook anunciaba la creación de mapas “ultradetallados” de densidad de población de la práctica totalidad de África usando imágenes de satélite, técnicas de Inteligencia Artificial y Deep Learning; igual ha hecho con mapas de carreteras cartografiando todas las carreteras de Tailandia, reduciendo la intervención humana (y el tiempo de finalización del proyecto) (6).

En diferentes estados de desarrollo podemos encontrar otros proyectos como la generalización automática de cartografía o el uso de inteligencia artificial para conocer el estado de los océanos o las masas forestales a nivel mundial.

Repensando el mapa

Aunque los cartógrafos y cartógrafas tienen fama de ser especialistas abiertos a las nuevas tecnologías, pero cerrados a los nuevos conceptos (7), la comunidad científica ya está trabajando sobre ello, estudiando los fundamentos teóricos de la cartografía en una época en la que las personas ya no seremos los únicos consumidores de mapas, como ha sucedido hasta ahora. Un grupo de investigación de la Universidad Técnica de Varsovia (Polonia) junto con la Universidad Tecnológica de Viena (Austria) se está haciendo esta y otras preguntas en una interesante encuesta (8): por ejemplo, si el usuario del mapa debe ser siempre un ser humano, o también puede ser una máquina (UAV, piloto automático de un avión, etc.).

Aunque hoy pueda ser temprano, es fácil pensar que dentro de no muchos años la mayor parte de la cartografía se generara sin apenas intervención humana, o al menos no ira destinada al visionado por personas, y acabará alimentando los datos para guiar los coches autónomos, los sistemas de alarma ambientales o complicados algoritmos, entre otros muchas funciones. O como sucede ya actualmente, aplicaciones o plataformas analizarán cantidades ingentes de datos relacionados con la localización en tiempo real y en segundo plano para ofrecernos el anuncio que mejor se ajusta a nuestro perfil.

No imprimiremos (ni en papel ni en una pantalla) la cartografía de las distintas fases del proceso de un proyecto y tampoco el resultado final, destinado a nuevas máquinas; utilizaremos Información Geográfica sin siquiera saberlo, ¿podemos definir esta información geográfica como mapas?.

No dudo que se seguirán haciendo mapas; ya actualmente los mapas viven un crecimiento espectacular, incluso fuera del ámbito académico o profesional; los vemos acompañando a las noticias en los medios de comunicación; cada vez son más atractivos los servicios de publicación de mapas, que a su vez son alimentados gracias a una cultura de datos abiertos, las Infraestructuras de Datos Espaciales y los servicios OGC, que facilitan enormemente su uso. Es razonable pensar que ese interés por los mapas continúe, pero en la medida que los mapas vayan siendo sustituidos por la Información Geográfica cabe preguntarse si seguirán manteniendo su valor como herramienta fundamental en la toma de decisiones de cuestiones con una fuerte componente espacial.

La pregunta es si serán capaces entonces de crear, como han hecho en el pasado, una construcción social del mundo expresada a través de la cartografía (9), de construir nuestra imagen del mundo o pasarán a ser algo residual. ¿Habremos llegado entonces al fin del mapa?.

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